viernes, 24 de mayo de 2013

El olor del cielo es azul

¿Ha estado usted en algún momento en el cielo?, es una propuesta bastante interesante, sin duda. Quizás por alguna fracción de segundo ha sentido usted que se rodea de una paz tan eterna y profunda, de una luz blanca y resplandeciente que se cuela por sus pupilas, lo llena y hace iluminar cada rincón de su interior.
Si se ha detenido por algún instante a escribir poemas en las nubes, o se ha maravillado con las tonalidades de un atardecer, de seguro lo ha sentido.

Debo confesar a usted, sin temor a ser descubierto, que lo que muchos tildan de locura en mi, no es más que una existencia un poco más sensible y holgada, de valles anchos y riveras frondosas. La locura. Ese acentuado título otorgado a los individuos cuyos alteregos son de facto más visibles y perceptibles en la superficie de la piel, comprenden una madeja heterogénea de seres constreñidos por un mundo habido de control y poder. En palabras de Foucault (tergiversadas deliberadamente por mi), todo lo que no concuerde con sus lineamientos y sus estructuras a blanco y negro, no merece otra cosa que ser asediado con puntual reticencia, condenado al silencio y limitado a la reglamentación, coartando su habitat a las estrechas permisiones que se concede el mundo o que forzosamente alzan en forma de protesta los deschavetados, que como yo, despedimos a nuestro paso el oloroso aroma de un espíritu, si no libre, al menos reverberante de deseos de volar.

Las almas tienen un aroma característica, lo se porque muchas veces he sentido ese smog pesado que despide un alma sórdida que deambula con las cadenas al cuello y el grillete en las piernas, he sentido las notas florales de una mujer jovial, en el bus o en el tren, que entre miradas perdidas en quien sabe que punto del espacio vacío, muestran en su rostro la alegórica imagen de flotar como botella mensajera en los vastos océanos de sus munditos de agua y carmín. He sentido el aroma contundente de unos ojos brillosos, un aroma a caída de agua cristalina, como de aguas vivas que están a punto de explotar y reventar los cristalinos globos oculares para derramar en suspiros y giros danzantes toda su vida y energía mágica.

¿Olores, locuras y cielos fundidos en un texto?, si, yo también trato de encontrarle lógica conductora a esta composición de pensamientos, sin embargo, me daré el lujo de proponerle a usted un concenso. Se trata solo de un acoso inédito que las letras me exigieron. Hablar de lo que el cielo azul poblado de algodones blancos me comunica y me lleva a pensar, sin obviar que en sus mismas inmensidades me siento completamente extraviado de lo que me exige el medio que me rodea, de ese aplomo apuntando al suelo perpendicular a mi desdeño insufrible al sentir que me ahoga la falsa vida con sus obligaciones banales. Al aroma de mi alma, que como la de Jean Baptiste Grenouelle, ha perdido el sentido de su propia esencia y busca entre las piedras, las nubes, las flores, el azul del cielo o el cristal de las aguas, entre un par de pechos femeninos, en un cuello suave y aromático, las notas que concuerden con su propia escencia.

Sin duda mi cielo tiene su olor característico, su color y su locura puntual, no obstante, la caminata por otros cielos alternos y tangentes al mío, son un ejercicio bien aceptado al que pienso dedicar mis horas futuras de vida, la que me quede...

No trato de componer nada, usted lo sabe, solo trato de exorcizar algunas huestes de mi interior y hacer un aquelarre con los pensamientos no tan lúcidos de este servidor.

¿Ha estado usted en algún momento en el cielo?... Yo si... y quiero volver allí...

Wilmar Ortiz
Mayo 24 de 2013

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