domingo, 9 de marzo de 2014

Un Mundo Descabellado

Muy recientemente un amigo me escribe haciéndome la pregunta incrédula de mi acción, un poco absurda, sin importancia ni relevancia para el mundo, de despojarme la cabeza de su abrigo y quitar, después de más de década y media sin hacerlo, mi cabello para dejar mi cabeza despejada y desnuda. “Más huevón usted que se pone a hacer esas apuestas sabiendo que va a perder” – dijo mi amigo –
Pues bien, quiero compartir con usted, si realmente le interesaría saber la opinión mía al respecto, los motivos por los cuales hoy decidí despojarme del cabello en un acto de protesta y disentimiento, pero sobre todo, de tristeza social, por los acontecimientos vividos en mi país en la jornada electoral de este 9 de marzo. Advierto que no va a encontrar ninguna tesis política en mis palabras, por lo menos argumentada con los elementos de peso más creíbles o convincentes que pueda aportar. Solo va a encontrar usted aquí la opinión de un ciudadano con un profundo dolor de patria, y más en el fondo, con un dolor casi desesperanzado de humanidad.
Probablemente me extienda tratando de explicarlo, así que, le agradezco si al menos llegó a este punto y se enteró de que mi “arrebato” tiene bases en una protesta social silenciosa y contundente que refleja mi pensamiento, mi opinión de vivir en un país descabellado y enfermo.
Muy bien. Hace unos meses, no recuerdo bien cuando o cuantos, al enterarme de las intenciones del señor Álvaro Uribe Vélez, doblemente expresidente de Colombia, de introducirse nuevamente a la vida política buscando las más altas esferas gubernamentales para teñir de su filosofía, accionar e intereses la vida política de mi país, con lo cual dentro de los límites del respeto, es decir, del respeto por su modo de pensar, accionar y ejecutar individualmente, no tengo ningún reparo porque, considero de hecho, que no debo tenerlo. No obstante, los intereses de este hombre con un fuerte arraigo de deseo por el poder, competen más de lo que quisiera tanto a mi como a todo el pueblo colombiano, pues, su filosofía y política no se limita a su individualidad sino que acarrea, dentro de los límites que quiere, y que, esta misma noche alcanzó, a permear la cotidianidad de cada uno de los colombianos que habitamos este terruño sangrante en la esquina superior de la América Latina.
Contrario a lo que muchos pueden pensar, el motivo que acarrea mi disenso y mi calvicie infringida, no obedece al hecho de que este hombre y su formato de pensamiento estén en este momento ostentando un cargo político de alto impacto en este país, pues él mismo en su persona simplemente cumple con su trabajo. Álvaro Uribe es el Judas Iscariote de la historia contemporánea de nuestro país, un ser que actúa bajo el hilo de una mano invisible pero altamente poderosa, de una ideología y de una percepción amañada de la realidad, sin embargo no es culpable de su misma forma de proceder o pensar, es solamente el reflejo de lo que quiere, es solamente un ser humano más con intereses particulares ejerciendo su incansable lucha por sobresalir. Mi tristeza y rabia en este momento va mucho más allá de la humanidad del Señor Uribe, a quien le he reconocido en su momento los logros de sus pasados pasos por la vida política nacional, pero de quien siempre he reprochado la visión poco aterrizada, burgo-idealista, amañada y egoísta. Mi tristeza reposa directamente sobre mis compatriotas, sobre los cuarenta y cuatro millones de personas que habitan este territorio, de los cuales, sin duda alguna una muy pequeña porción salió hoy a las urnas.
Mi disenso es directamente con la conciencia de cada colombiano que el día de hoy no actuó, ni para bien ni para mal de la decisión, que no hizo parte del cambio, ni votando ni actuando de acuerdo a su conciencia, a su diario trajinar. A aquel y aquella colombiana que todos los días viven bajo el yugo de la injusticia y la desigualdad ampliamente registrada por organismos nacionales e internacionales, por aquellos y aquellas personas que diariamente se la juegan en la vida con un salario mínimo, que no tienen cómo dar mejores oportunidades a sus familias y que aun así, con lo muy poco que logran, consideran su fortuna en ganar miserias y decir que “podríamos estar peor”.
La verdad es que no podríamos estar peor. Ni siquiera una guerra interna, derramamientos de sangre, y miles de desapariciones, ni siquiera la entrega del país ante las multinacionales ni cualquier otro Goliat que pudiera aparecer en la perspectiva futura de nuestro país podría causar un daño tan grande como el que causa el desinterés y la indolencia de nuestro pueblo, generalizado, encasillado entre los postigos de un corral, como ganado cuyo único objetivo es satisfacer las necesidades de una bestia enorme que solo busca el consumo desaforado y la acumulación cada vez más desigual de la riqueza y el poder.
Mi pelea va más allá de mi antipatía hacia los ideales de ese hombre que hoy se alza como senador de la república y de los muchos lacayos que podrá tener en medio de la militancia en la columna decisiva del país. Mi herida hierbe y sangra por el colombiano pobre y desamparado que entrega su votación ante la promesa de cien mil pesos que no le alcanzarán ni para comprar la comida del mes, mi gran tristeza va por los que embutidos en buses y hartos hasta la garganta de sancochos, ponen sus barrigas en función del presente inmediato tan efímero garantizando el hambre de mañana con sus decisiones caprichosas, irresponsables y egoístas hasta a sus propios hijos.
Hoy estoy triste, enlutado y desamparado. Estoy solo junto a unos pocos que vemos el gran problema erigiendo su poste y atando la soga del ahorco lento y prolongado, mientras el país se va de culos por el sifón.

Hoy me rapé la cabeza. Me despojé del cabello para dignificar personalmente a las víctimas del pasado gobierno de Uribe, a las cientos de familias que fueron destrozadas por el accionar de una ideología y un objetivo claramente dictado por las pretensiones de ese hombre vengativo y repelente. Hoy me rapé porque mi país tiene un serio cáncer que le carcome la memoria, le consume la vida y lo postra al olvido y al despojo que se han de comer los grandes buitres que parados en las estacas, desde el norte, vigilan la muerte lenta de este país. Hoy me rapé la cabeza porque vivo en un país con ideas traídas de los cabellos, un país descabellado, un país que se ríe a carcajadas de los venezolanos “porque esas güevas se aguantan semejante petardo en el poder”, de los “bolivianos por feos”, de los “ecuatorianos por esto” de los “chilenos por aquello”… Un país donde la gente no come para comprar mercancía y aparentar su más poderoso estatus, un país que se alimenta de apariencia y de figurines. Hoy me he despojado de mi cabello porque estoy protestando, protesto con mi cabeza, descubro mi cabeza ante todos porque en ella se guarda mi pensamiento y mi ser político, porque la pongo transparente y entristecida ante usted, porque estoy perdiendo la esperanza de que alguna vez, usted y yo sepamos el verdadero precio de la tierra que pisamos, de la gente que nos rodea, antes de que carezcamos de todos esos tesoros irremediablemente y no nos quede más que la nostalgia para sentir amor por nuestro país.

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